Como cada mes de junio, los colegios cuelgan el cartel de cerrado por vacaciones. Sin embargo, este no ha sido un curso cualquiera (hace tiempo que las cosas ordinarias dejaron de serlo). Termina un curso muy complicado y tremendamente agotador, con profesores y alumnos muy desgastados física y emocionalmente. Lo de este curso en los colegios ha sido un verdadero viaje como el de Dante, con sus infiernos, sus paraísos y sus purgatorios. No ha sido fácil llegar hasta aquí.
No terminamos con el silencio con el
que empezamos (imposible olvidar el primer día de curso con las filas perfectas
a metro y medio, los termómetros recién estrenados, el miedo en las miradas, la inseguridad a cada paso y la
emoción contenida) pero tampoco terminamos con el ruido de otros junios. Y es
verdad que todo pasa, pero qué difícil ha sido. Y es verdad que todo
queda, y lo que queda es una profesión muy tocada y una educación por
reconstruir.
Educar no solo consiste en impartir
una materia. Lo verdaderamente agotador de este curso ha sido motivar y sacar adelante
a unos jóvenes y adolescentes desmotivados, cansados, descolocados, con
ilusiones frustradas, sin recompensas e inmersos en una rutina de la que no
podían escapar. Qué difícil ha sido poner el foco en lo realmente importante. Qué difícil es navegar cuando ningún viento es favorable.
Sin embargo, termino el curso con una
gran lección aprendida: el éxito de la educación consiste en caminar juntos. Y
juntos, profesores y alumnos, hemos aprendido a impartir y a recibir clase de
una manera diferente. Con errores y con aciertos, pero lo hemos hecho y lo
hemos hecho juntos. Parecía imposible mantener el ritmo de las clases con tantos
protocolos (pocos confiaban en el mes de septiembre que terminábamos el curso
en las aulas), pero lo hemos conseguido. Parecía imposible aguantar toda la
jornada lectiva con mascarilla y lo hemos hecho. Parecía imposible poder dar
clases con ventanas y puertas abiertas y lo hemos conseguido. Parecía imposible
impartir clase a alumnos en el aula mientras otros estaban en su casa, y lo
hemos hecho. Parecía imposible que muchos espacios colegiales se convirtieran
en aulas, y ha sido posible hasta el final. Y es precisamente aquí donde radica
el éxito, la magia y la esencia de la educación: en no creer en lo imposible. Y
no, no somos superhéroes, somos extraordinariamente humanos.
Confieso que ha habido
días en los que pensaba que no podía más y han sido mis alumnos los que me han
dado motivos para seguir y no tirar la toalla. Al finalizar este viaje sigo creyendo en
la juventud, sigo creyendo en la educación, y sigo amando mi profesión.
Somos muchos los profesores
que despedimos a una promoción de alumnos que empezarán otras etapas, que irán
a otros institutos o universidades o volarán a cielos nuevos. No les podemos
decir que se encontrarán un mundo perfecto y bello (como el que se encontraban
los prisioneros al salir de la caverna y el que un día imaginé), salen a un
mundo azotado por una pandemia, con hombres y mujeres emocionalmente agotados,
con muchas ausencias y miedos, con crispaciones… pero cuando pienso en ellos confío y sé que el mundo será más bello y
mejor.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños,
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,
Porque lo has querido y porque te quiero.
Lo hemos hecho bien. Feliz verano. Felices vacaciones.
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