Ser profesor no es fácil. Menos aún en los tiempos de pandemia. Los profesores medimos los años por cursos y los cursos por trimestres. Pero en este año en el que todo está cambiando, cada día es una meta, cada semana un verdadero desafío.
Cuando en marzo del curso 19-20
se suspendió la presencialidad en educación y nos vimos obligados a continuar
las clases a distancia, alumnos y profesores, ante un panorama de
improvisación, de falta de liderazgo y de caos educativo, nos reinventamos y
salvamos la educación de todo un país (con nuestros errores y nuestros
aciertos). No estábamos preparados,
pero lo hicimos, fieles a nuestro compromiso con
los niños, los adolescentes, los jóvenes y la sociedad. Jamás vi al gremio de
profesores tan cansado y tan al límite. A mí no se me olvida. El virus hizo
tambalear a todo un sistema educativo y puso de manifiesto sus debilidades
evidentes. El virus evidenció la importancia de la educación para que la
sociedad funcione.
El primer trimestre del curso 20-21 estuvo marcado por el metro y
medio, la semipresencialidad, las señales en el suelo, las ausencias, los
geles, los protocolos, el silencio... Un trimestre complicado que supuso el
esfuerzo de adaptarnos cada día. Jamás he visto al gremio de profesores con tanta
capacidad de adaptación. Sin embargo, a pesar del metro y medio manteníamos la
ilusión porque las cosas funcionaban (nadie apostaba que la presencialidad
durara mucho tiempo, muchos pensaban que en dos o tres semanas volvíamos a casa) la
comunidad educativa demostró que se podían hacer las cosas bien y lo hicimos. A
pesar del metro y medio, alimentábamos la esperanza (porque en educación
sabemos la importancia de la esperanza) de un segundo trimestre más relajado.
Tal vez a partir de enero, pensábamos, las cosas mejoren algo y podamos
recuperar lo perdido y poner en marcha actividades y proyectos guardados
en el cajón. No ha sido así.
El segundo trimestre de ese
curso 20-21 ha sido una verdadera cuesta arriba en los colegios e institutos.
Enero no comenzó con la fuerza que empiezan todos los trimestres, la tercera
ola sacudió fuerte, resultó ser un verdadero tsunami emocional y dejó una
resaca de desánimo al cansancio que arrastrábamos. Jamás he visto al gremio de
profesores con un desgaste emocional tan profundo. Enero llegó como una
verdadera bomba que dinamitó sueños e ilusiones (y en educación los sueños son
muy importantes). En este ambiente de tristeza, en esta rutina sine die, la
tarea se hace complicada. Como verdaderos Sísifos subiendo una cuesta y
cargando con una piedra a las espaldas para volver a empezar al día siguiente. Es
difícil motivar, es difícil emocionar (y en educación es necesaria la emoción),
es difícil encontrar el sentido, sin duda, educar en tiempos de covid está
poniendo a prueba el componente vocacional de la profesión. Me preocupan especialmente
los jóvenes y adolescentes, no les veo bien. Están cansados, emocionalmente
agotados, les cuesta encontrar sentido a lo que estudian, les faltan
recompensas a sus pequeñas metas, les falta vida para devorar.
Nunca fue tan largo un trimestre. Nunca fue tan deseada la normalidad. Nunca tan larga la espera. Nunca fue tan complicado hacer de lo ordinario algo extraordinario. Nunca fue tan difícil dar alas para volar. Miramos al tercer trimestre con temor esperando, como el poeta, otro milagro de la primavera.
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