Cuando me
casé mi suegro me regaló
una caja de
herramientas (desconozco sus intenciones),
con
paciencia me explicó cómo se usaba cada herramienta,
algunas de
ellas eran muy sofisticadas y jamás las había visto…
En los últimos años hemos asistido a una
verdadera revolución metodológica en educación. Hablar hoy de cooperativo,
paletas de inteligencias múltiples, ABP, APS, gamificación, flipped classroom,
rutinas de pensamiento, paisajes de aprendizaje, visual thinking, rúbricas y listas
de cotejo, mobile learning… es algo aprendido, asumido y normalizado en
nuestros centros. Sabemos que es un camino de no retorno y fuera de duda está
el que son metodologías válidas y necesarias para educar alumnos del Siglo XXI.
Los profesores hemos hecho un esfuerzo
titánico en formarnos en estas nuevas metodologías para su aplicación en el
aula. Muchas horas de formación, congresos, charlas, convenciones… A veces, ha
resultado ser un tsunami al que es difícil sobrevivir. Nos hemos convertido en “expertos”
en el conocimiento de estas metodologías. Sin embargo ¿El conocimiento y la
aplicación de estas metodologías es la clave de la revolución educativa? ¿Se
consigue formar a alumnos competentes en el Siglo XXI con la sola aplicación y
ejecución de estas “nuevas” metodologías? Seamos sensatos, creo que no. No
basta con aprender a “manejar” las herramientas.
Que el profesor ejecute metodologías activas
no garantiza el éxito de una educación de calidad. Incorporar en el aula nuevas
“formas” en el proceso de enseñanza-aprendizaje no es sinónimo de estar
consiguiendo resultados diferentes. Nos hemos dado cuenta de que es necesario parar, reflexionar,
preguntarnos el porqué y el para qué estamos empleando estas nuevas
herramientas, qué quiero conseguir con esta metodología (es importante que
lo tengo claro el profesor y el alumno) porque
cuando alguien no sabe donde va da igual
el camino que elija. No innovamos cuando ejecutamos metodologías
activas, innovamos cuando hemos asumido el sentido y la necesidad del cambio. Y
esto, muchas veces, no se explica en las formaciones.
Las redes se han convertido en una verdadera
comunidad de aprendizaje entre docentes. Compartimos recursos, existen bancos
de rúbricas, proyectos perfectamente desarrollados, gamificaciones para todos los
cursos y asignatura, mapas mentales de todos los temas… pero ¿para qué? ¿Qué
quiero conseguir? Si solo ejecutamos sin
pensar lo que hacemos y sin dar sentido a la herramienta, estamos condenados al
absurdo. Cualquier metodología que llevemos a cabo en el aula tiene que ir
precedido con una clara y poderosa pregunta ¿Qué quiero que mis alumnos aprendan? Cuando tenga clara la
respuesta es cuando podré empezar a ejecutar. No antes. Si no es así ocurren
cosas como que el cooperativo acaba siendo un trabajo en equipo donde se diluye
la evaluación individual; la evaluación
auténtica termina siendo una carga insoportable para el profesor que no para de
corregir; la cultura de pensamiento
acaba consistiendo en rellenar organizadores gráficos mecánicos por parte del
alumno que no entiende el sentido y el visual thinking se convierte en hacer una
serie de dibujos por parte del alumno que insiste en que aprende mejor ese contenido
sin hacer tantos “dibujitos”. Y peor aún, el profesor acaba diciendo agobiado
en la sala de profesores: Ahora los alumnos aprenden mucho menos que
antiguamente.
En una metodología tradicional el profesor
impartía clases magistrales porque tenía claro el sentido y objetivo de su
misión como educador: que el alumno aprendiera muchos contenidos. La clave del
éxito era saber mucho, manejar muchos datos, dominar mucho contenido. El
objetivo de la educación ha cambiado, queremos que el alumno del Siglo XXI
aprenda, pero que además sea él el protagonista de su aprendizaje, que sepa
trabajar en equipo, que piense, que resuelva problemas, que sea autónomo, que
aprenda el contenido con el fin de mejorar la sociedad, que sea creativo, que
sea emprendedor… si las nuevas
metodologías no conducen a esto, estamos perdiendo el tiempo.
Si
apostamos firmemente por la solidaridad y queremos educar a nuestros alumnos
como agentes de futuro para la construcción de un mundo mejor, no basta con una
“campaña solidaria” o un “voluntariado puntual”. Trabajemos para que entiendan y experimenten que el
conocimiento es una herramienta poderosa para hacer un mundo mejor, que las
palabras y la ideas pueden cambiar el mundo. De este modo convertimos nuestros
proyectos en proyectos de aprendizaje y servicio, desde las distintas materias
trabajamos el conocimiento aplicándolo a situaciones del mundo real, hacemos
conscientes a nuestros alumnos que el aprendizaje es algo intrínseco en el ser
buenos ciudadanos. Que en todas las
nuevas herramientas vean corazón y no ejecución.
Cuidado con
el peligro de la uniformidad.
Parece que todos los educadores ahora debemos desempeñar nuestro trabajo con
las mismas herramientas porque son “las únicas válidas y buenas”. Con estas u
otras metodologías el docente debe mantener su propio estilo. (Los alumnos
tienen un sexto sentido para percibir lo que es “de verdad”) Es necesario
entender que la clave no es la metodología, sino la mano, la mente y el corazón
de quien la ejecuta. La metodología no se puede convertir en una carga, en una
cadena que te ata, en algo descontextualizado de mis intereses. Debe ser algo
que te ayuda a ser más profesional y más feliz. Solo entonces los chicos dirán…
¿No ardía nuestro corazón mientras nos
hablaba?
Querido
suegro: la caja de herramientas sigue en el garaje.
No he utilizado casi ninguna de las
herramientas que me regalaste.
Faltó lo más
importante:
que me
explicaras para qué servía cada una de ellas.
Publicar un comentario