Hace unos meses, un profesor universitario escribía una carta a sus alumnos donde les decía “me dedico a engañar más que a enseñar”. El profesor describía un panorama desolador en sus clases: jóvenes universitarios que no sabían estar en el aula, sin preguntas ni inquietudes, con un bajo nivel académico, sin habilidades básicas indispensables en estudios superiores, sin capacidad de expresión, con poco vocabulario, con nulas habilidades blandas como el liderazgo, la resiliencia o el trabajo en grupo y anestesiados por las redes sociales. La carta se hizo viral. Todos los medios de comunicación la publicaron.
También
Marc, profesor de secundaria, escribía en sus redes sociales que deja la docencia
porque no aguanta más y está cansado de las faltas de respeto de sus alumnos y
las malas contestaciones. Cinco años en las aulas han sido suficientes para
terminar con su sueño de ser profesor “lo dejo, me estoy amargando la vida” Sus
declaraciones se hicieron virales y fueron recogidas por todos los medios de
comunicación.
Varios
amigos me reenviaron estas noticias asustados por el panorama y casi dándome el
pésame por dedicarme a esta profesión a la que amo.
Esto
es una realidad y está pasando en nuestras
escuelas, colegios, institutos y universidades. Me preocupa. Me entristece.
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