Querido profesor, Feliz Navidad.

 

Aunque el calendario civil anuncia irremediablemente el final de un año, alumnos y profesores vivimos este tiempo de Navidad como el final de un primer trimestre. Y hay que celebrarlo porque lo hemos hecho bien. 

Últimamente escucho y leo de forma repetida y normalizada el feliz titular de haber alcanzado y recuperado niveles prepandemia, haciendo referencia a diferentes ámbitos y situaciones. En el mundo educativo, que nunca es ajeno a lo que ocurre en la sociedad, también podemos sumarnos a este titular. Vuelve el jaleo propio del final de trimestre, los festivales, las celebraciones, los concursos de villancicos, el espumillón, las salidas, los actos multitudinarios con familias, el ruido de la pandereta, los abrazos con sabor a despedida y los buenos deseos. Bendito ruido. Bendita vida.

Este ha sido el primer trimestre de la plena implantación de la LOMLOE. Fue buena la jugada de quitar del medio a “la Celaá” para rebautizar en nombre de Pilar, esta nueva ley de educación como “Ley Alegría”. Sin embargo,  no ha salido del todo bien la estrategia, porque alegría, lo que se dice alegría, no ha traído mucha a la comunidad educativa.

Termina un trimestre desconcertante para los profesores, intentando hacer unas programaciones en las que no creemos; diseñando situaciones de aprendizaje a ciegas; haciendo equilibrios y malabares para asociar competencias específicas a tareas, actividades y ejercicios que a su vez se asocian a criterios de evaluación que repercutirán en competencias clave para trabajar el perfil de salida del alumno; peleándonos con una evaluación que finalmente intuyo se nos escapa de las manos por inabarcable y confusa. Me preocupa terminar el trimestre con la sensación agridulce de no saber muy bien hacia donde vamos, es peligroso, porque como dice el gato feliz Cheshire a Alicia en su país de las maravillas “Cuando alguien no sabe dónde va, da igual el camino que elija”. Me preocupa perder el rumbo en educación.

Es paradójico, que una ley competencial que persigue no focalizar en la calificación sino en el aprendizaje y en el logro competencial, se esté convirtiendo justamente en lo contrario, más números, más notas, más excell, más additio, más porcentajes para calificar más competencias y más criterios. O empezamos a entender que el  fin de la evaluación es que el alumno aprenda o seguiremos poniendo notas y números que no informan y no dicen nada sobre el aprendizaje. O empezamos a entender que no somos ni jueces ni contables, o dejaremos de ser profesores.

No nos la jugamos en una ley que prohíba el uso los móviles. No nos la jugamos en el informe Pisa (más números y más medias), tampoco nos la jugamos en diseñar situaciones de aprendizaje más o menos creativas. Nos la jugamos en la personalización del aprendizaje y qué difícil resulta la tarea cuando cada vez nuestras aulas afortunadamente son más diversas y más plurales, pero intentar acompañar a cada alumno es casi una misión imposible y frustrante con el número de alumnos que tenemos en las aulas. Tal vez sea el momento de enfrentarse al segundo trimestre del nuevo año subidos encima de la mesa, como nos enseñó el profesor Keating, para empezar a ver las cosas desde distintas perspectivas.

Querido alumno, disfruta de las vacaciones y no olvides que también este tiempo es un tiempo de aprendizaje.

Querido profesor, lo hemos conseguido. Celebra y descansa. Nosotros sabemos que en nuestra bendita profesión es necesario respirar, parar y resetear para seguir avanzando.

Mi deseo para el 2024: que ningún profesor más abandone las aulas y renuncie a su vocación. Un mundo sin profesores es un mundo sin futuro.

Feliz Navidad. Felices vacaciones. Habrá primavera.



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